Cerca de la plaza Zabalburu, en pleno corazón de Bilbao, está la plaza de toros de Vistalegre. Pegada a ella una calle en forma de ele, superpuesta, elevada. La calle está separada por un muro de la otra acera de la calle Pablo Picasso, dándose el caso curioso que un lado de la calle esté más alto que el otro, unos 4 metros. En ese lado, una parte es la calle Pablo Picasso, pero la otra parte es la calle Vistalegre, que da a la propia plaza de toros, que como la otra parte de la calle Pablo Picasso, está por debajo de la propia calle Vistalegre.
En esas dos calles continuas hay una lonja con la persiana muy vieja, de color verde oliva desvaído, desconchado, oxidado. Está arrancada de su carril, de forma parcial, y enrollada sobre sí misma, como las latas de sardinas de toda la vida. En ese espacio libre hay diversos elementos puestos para mantener una cierta intimidad. Hay una puerta de madera, hay un aparador, hay una estructura de madera que parece ser parte de una ventana, un sofá puesto, y visto desde atrás, de manera que hace barrera física y visual para cualquier visitante ajeno. Hay numerosas telas colgando, de diferentes colores, a modo de cortina, para reforzar la sensación de intimidad.
Pero detrás de todo ello, hay silencio, espeso, con un cierto olor de los espacios no debidamente ventilados, un lugar donde pequeños ruidos leves, roncos, agónicos dan la idea de ser un lugar que no debe hacerse notar, si quiere seguir existiendo. En ese lugar ¿viven? unos seres humanos famélicos, con mirada suave pero triste, “okupas” sin querer, sin deseo de serlo, pero forzados en una situación de saqueadores de metales sobrantes de los verdes contenedores habituales de la ciudad. Ni que decir que los vecinos expresan temor y preocupación por su mera existencia, por su presencia incómoda, pero en ningún momento por sus degradadas condiciones de vida. De forma sibilina y temerosa expresan el deseo indeterminado de que las “administraciones”, sean quienes sean, deberían hacer “algo”, sea lo que sea ese algo. Pero siempre desde el temor a lo desconocido que supone la existencia de personas que están al margen, de forma voluntaria o no.
El esporádico barrendero, que de vez en cuando, recoge detritus generados de forma leve por estos protagonistas de supervivencia al límite, recibe un escueto pero sincero y sentido “gracias” que sorprende por su carácter espontáneo, por reconocer su humanidad en el simple hecho escueto y práctico de barrer su entrada como al resto de los mortales. Ese barrendero se tropieza con ellos, aunque nunca esté seguro de que sean los mismos, cuando están revolviendo el contenedor en busca de algo, lo que sea, en una lucha desesperada, constante por una vida …… mejor o no.
Lo más curioso es que, al principio eran dos lonjas contiguas las que estaban “ okupadas”, con una tipología de gente similar. Pero se ve que la conexión eléctrica pirateada de una de ellas no estaba realizada en las mejores condiciones técnicas, y generó un pavoroso incendio, con llegada de bomberos, ertzainas, policía local, ambulancias y curiosos que intentaban atisbar que sucedía en el interior del suceso. Sucesivamente, los que vivían en la lonja quemada fueron desalojados, el dueño, o alguien que lo parecía apareció repentinamente y limpió con una brigada de trabajadores, de manera fulgurante los restos quemados del incendio, luego levantó en la entrada de la lonja un muro de ladrillos con una puerta blindada, alquitranó el muro y desapareció tan rápidamente como había aparecido.
Se ve, o entiendo que los otros okupas de la lonja contigua se les “permitió” continuar en el interior de la misma, con el acuerdo tácito de no pinchar el agua y la luz. Y que entonces se les iba a permitir quedarse todo el tiempo que quisieran. Que el hipotético dueño no mostró interés alguno en desalojarlos o hacer cualquier tipo de acción legal contra ellos y que esa situación marginal se mantiene en el tiempo.
Pero de todo esto saco la conclusión inevitable que esa situación, con ese agujero negro de pobreza y miseria que succiona la vida de esos individuos, sólo puede crecer y expandirse, porque no hay nada en el universo que permanezca inmutable para siempre; y que ese agujero negro absorberá más personas hasta alcanzar un punto crítico que acabe convirtiéndose en un problema social de magnitud y consecuencias parecidas, con las condiciones favorables para que surjan nuevos totalitarismos.
Ya no debemos luchar contra las condiciones objetivas, y materiales de existencia que generan estas miserables consecuencias por humanidad, compasión, dignidad o cualquier otro noble sentimiento, sino ya por egoísmo, supervivencia o cualquier instinto primario que nos advierta que estas cosas no acaban bien. Porque ese agujero negro nos puede acabar succionando a todos.