No me gusta la palabra “escrache”. Del mismo modo que no soporto los términos “bullying” o “mobbing”. Y paro aquí, por no seguir con una larga lista de barbarismos que me repatean. Se supone que cuando se adopta uno de estos curiosos neologismos, se hace para poder referirse a algo que, por su novedad, carece de nombre en la lengua propia. Ahora, no entiendo muy bien por qué se quiere dar la impresión de que son nuevas ciertas situaciones o actitudes que conocemos de siempre. Resulta que las concentraciones de denuncia de toda la vida eran “escraches” sin saberlo. Pero…