05/07/2016

Sí se puede… Abstenerse

Escrito por Enrique Hoz

Recomendaría leer previamente estos dos artículos que escribí hace dos años y uno, respectivamente, que complementan perfectamente el artículo que vas a leer a continuación:

Ay, ay, ay, Podemos

Sí Se Puede... ¿El qué?

Escribo el presente texto una semana después de las elecciones del 26J. Vaya, vaya... resulta que en los últimos días he recibido una especie de reproche mediático desde ciertos sectores por ser abstencionista. Personalizo el reproche porque escribo desde “mi abstención”.

El abstencionista es un ser que cobra protagonismo electoral sin buscarlo. En cada cita electoral el abstencionista es sacado a flote para que deje de serlo, para que se transforme en un servil votante. Transcurrido el día de orgía en las urnas, si el correspondiente mesías no se ha visto afectado por el efecto del abstencionista, rápidamente se le vuelve a condenar a éste al ostracismo vía Ley D'Hont, pero si el abstencionista sí ha influido en los resultados del correspondiente salvapatrias, va a ser vapuleado durante una temporada antes de volver al baúl del olvido. Así es como los mesías, salvapatrias, ganadores o no, coinciden, con un pequeño margen temporal, en hacer desaparecer de sus quehaceres políticos al abstencionista hasta la próxima llamada para depositar el voto.

No me siento ni más listo ni más tonto, ni mejor informado ni peor, que un votante. Simplemente adopto una postura, la abstención, tan razonada y sensata como quien vota con igual convencimiento, pero como ya es un poco cansino el sainete de “si no votas no tienes derecho a quejarte”, me parece oportuno escribir este texto para contribuir a la defensa de quienes practicamos la abstención como sujetos políticos de carácter activo, militantes de un ideal en el que se plantea otra forma de organización social.

A la hora de hablar de unas elecciones del tipo 20D o 26J, y de las similares en el ámbito regional o municipal, en lo que se refiere a los resultados, siempre hago hincapié en los votos y no votos, es decir, en la participación y en la abstención. Para nada utilizo los escaños asignados ya que no guardan una relación proporcional (milagro D'Hont) con los votos obtenidos, de manera que se conforman Parlamentos que no reflejan para nada lo sucedido en las urnas, repartiéndose los sillones falseando los datos reales.

El 20D

El 20D supuso un chute de euforia para un sector de la población cegado por... ¿cómo llamarlo? ¿Ingenuidad? La abstención volvió a superar al partido más votado, pero esa abstención, en la práctica más pasiva que activa, todavía no es un revulsivo social. Sin embargo, el subidón anímico por la irrupción de Podemos, asentado en una base aparentemente sólida, no dejó ver otra lectura que no fuese la euforia ante la proximidad de un... ¿cambio? Sí, pero... hacia la... insisto... ¿ingenuidad?

El 20D el bipartidismo se vio incomodado, sólo eso. Con una abstención de más de 9,2 millones de personas, el 26,8%. El PP fue el partido más votado, algo más de 7,2 millones de votos, seguido del PSOE que superó los 5,5 millones. Podemos entró con fuerza gracias a sus 5 millones y Ciudadanos quedó en cuarto lugar con 3,5 millones.

 

Son datos que aportan mucha luz en cuanto a la composición sociológica del votante en Elecciones Generales. La mitad de las personas que acudieron a la llamada hipnótica de las urnas dieron su respaldo a esos nidos de corrupción, de totalitarismo, de represión, que son el PP y el PSOE. Triste pero cierto.

El escenario postelectoral presentaba serias dificultades para llegar a acuerdos a tenor de las líneas rojas marcadas por cada partido durante la campaña electoral, así que la lógica, muchas veces cuestionable por líneas rojas volubles, apuntaba a unas nuevas elecciones. Y llegó el 26J, con lo que nos tocó vivir/sufrir una nueva función de teatrillo.

26J

Se reproduce el chute de euforia pero esta vez es previo por la expectación que suscita Unidos Podemos (Podemos, IU y confluencias) con unas encuestas que le sitúan en una posición muy por encima de los resultados obtenidos el 20D. Al final, batacazo, desilusión, una nueva edición del cuento de la lechera.

La abstención aumenta respecto al 20D hasta los casi 10,5 millones de personas, el 30,16%. Las posiciones de los partidos se repiten, pero el PP sube hasta los 7,9 millones de votos, el PSOE baja a los 5,4 millones, Unidos Podemos no cumple las expectativas quedándose en 5 millones y Ciudadanos retrocede a 3,1 millones.

De la euforia a la desilusión... es lo que tiene la ingenuidad.

El franquismo sociológico que el PP ha sabido expandir, unido a otro espectro sociológico compartido con el PSOE, como es el bipartidismo, no se puede borrar de un plumazo y mucho menos a través del reaccionario sistema de la votación secreta. Hay demasiado miedo, demasiada pasividad, demasiado siervo, demasiado estómago agradecido, en el Estado Bananero Español. La degradación ética que conlleva la votación secreta queda patente al comprobar cómo PP y PSOE vuelven a ocupar los dos primeros puestos. Y si a sus votos sumamos los de Ciudadanos vemos que alrededor de la mitad del censo electoral vota con criterio netamente conservador. Otorgo, sin entrar en concreciones, el papel de progresista a Unidos Podemos, comparándolo con los otros tres partidos. No me olvido de las demás formaciones políticas pero, como quedan muy por detrás de las cuatro a las que me estoy refiriendo, sus resultados no influyen de manera determinante en el razonamiento que trato de explicar.

Uno de los argumentos esgrimidos para intentar convencerme de la bondad del voto ha sido que nos encontramos en un momento histórico, puntual, de especial relevancia, representado por Unidos Podemos y sus confluencias. El momento histórico, por citar uno, pudo ser el nacimiento del 15M. Lo que hay de cara a las elecciones es la domesticación que ha supuesto canalizar institucionalmente, a través de Unidos Podemos, un sector del descontento, lo que supone, de facto, que ese posible momento histórico queda engullido por las elecciones, en un juego, el electoral, en el que ya están las cartas marcadas. El momento histórico, si se da, hay que aprovecharlo, no hay que dejarlo aparcado hasta que una fecha electoral de voto secreto le otorgue “legitimidad”.

Es lo que sucedió, por ejemplo, con las movilizaciones contra el papel jugado por el Gobierno de Aznar en la Guerra de Irak, con los paros de un día contra las reformas laborales... que sólo una minoría intentamos ir más allá, huelga general indefinida, pero nos vimos frenados por una mayoría que se queda en la reivindicación y en la espera de que las urnas sean las garantes de su acción política. He ahí momentos históricos que han sido desaprovechados con la excusa de la paz social y de que las elecciones pondrían a cada uno en su sitio... y ya vemos lo que hay una y otra vez.