21/10/2022

NO IMPORTA QUE LLUEVA

Escrito por Inma Iglesias Guerra

“Sin público no se puede actuar, pensó tristemente el actor al ver el patio de butacas vacío. La tarde estaba lluviosa, la primera escena estaba a punto de empezar y no se oía a nadie entrar por el pasillo del teatro; estaba vestido desde hacía un buen rato y debería empezar a maquillarse, pero nada le apetecía menos, ese traje raído de tela estampada le hacía sentirse como un payaso, además de todo lo demás.

Mejor pensar en irse dedicando a otra cosa; como había oído miles de veces a lo largo de su vida; ya tenía bastantes complicaciones, cómo pagar el alquiler, cómo montar la nueva obra que tenía en mente…¡cómo irse a otro planeta y desaparecer de éste!, estaba llegando al límite de sus fuerzas, así que lleno de amargura y al borde de las lágrimas entró al camerino y empezó a embadurnarse la cara.

Por una calle mojada y bajo un cielo gris y plomizo iba caminando la camarera, su cara era tan triste y su mirada tan gris como el propio día. Se sentía peor de lo que se había sentido en mucho tiempo, con ese horrible uniforme oliendo a fritanga le daba vergüenza entrar en cualquiera de las elegantes cafeterías que iba dejando atrás. Tenía ganas de llorar y de mandar todo a la mierda, su jefe la trataba como si fuera invisible y cada día al levantarse se preguntaba cómo había terminado ahí, por qué no estaba en otro lugar y por qué no hacía otras cosas.

La lluvia empezó a arreciar fuerte justo cuando pasaba por delante de un teatro, así que sin pensarlo dos veces entró; podría estar un rato a oscuras y llorar tranquilamente. No vio a nadie por allí y se fue directamente hasta la primera fila, el que no hubiera nadie la hizo precisamente sentirse más cómoda…nadie juzgaría su ropa ni su olor.

Había llegado la hora, el actor salió al escenario mientras sonaba una triste melodía. Cuando la vio allí, sentada en la primera fila con ese ridículo traje y esa cara tan triste, supo una vez más que merecía la pena hacer lo que hacía. A medida que la obra fue avanzando la camarera se fue relajando y reconfortando con la calidez que se respiraba en el teatro…no podía quitar los ojos de aquel joven que se paseaba por el escenario como si el teatro estuviera lleno pero que cuando miraba hacia el público no apartaba la mirada de sus ojos.

El tiempo pasó volando, la camarera se olvidó de su aciago día, de su horrible uniforme y de su olor a fritanga y el actor se olvidó de que nadie iba al teatro y de que no podría pagar el alquiler y menos aún pensar en nuevos proyectos. Cuando la obra terminó y el silencio inundó la sala, la camarera se levantó y sin apartar su mirada de la de él, empezó a aplaudir. Él hizo una reverencia y saltó del escenario, se acercó a la camarera, la cogió de la mano y se fueron juntos.”

Tiempos difíciles para la vida en general y para la felicidad en particular, vivimos rodeadxs de guerras, con una crisis energética que amenaza con dejarnos en pelotas y con una ultraderecha rancia y apestosa que escala posiciones en una Europa que cada vez me hace sentirme más marciana. A veces, yo por lo menos, nos creemos mayoría pero somos minoría…y cuando se te hace patente esa realidad te pueden dar ganas de salir corriendo a otro planeta, llorar, dejarlo todo, dejar de creer que un mundo más justo y bonito es posible para todas; te conviertes en actriz o en camarero, te ves solx ante el patio de butacas, te sientes invisible y maloliente. Ahora más que nunca hay que salir a escena, no importa lo vacío que esté el teatro, hay que hacerlo aunque sólo sea para una persona.

Cada vez me da miedo lo que está pasando; cuando veo a una boysband (creo que se llama así) cantar a ritmo popero y pepero -volveremos a estar como en el 36- se me ponen los pelos como escarpias y no precisamente de emoción; cuando oigo al señor que tiene la cara naranja alegar al patriotismo español en una conexión directa con las masas voxeras ( cuándo es muy probable que no sepa poner España en un mapa) me dan ganas de vomitar directamente, pero en el fondo ya digo que siento cierto miedo.

Y ahí es cuando me agarro a mi actor o a mi camarera, o a quien me mira a los ojos y me hace sentir que no estoy sola, y que no importa que llueva porque al final acaba saliendo de nuevo el sol.