17/04/2023

Nadie es perfecto, ni muerto

Escrito por Enrique Hoz

Artículo de opinión de Enrique Hoz

Este pasado sábado 15 de abril el Teatro Campos Elíseos de Bilbao se llenó con motivo del homenaje que el PSE-EE le tributó al recientemente fallecido Rodolfo Ares. También, parece ser que disponía del carnet de la UGT; no sé para qué.

Este dirigente socialista lo fue todo en el partido: concejal en Bilbao, secretario de Organización, parlamentario autonómico e integrante del Gobierno de Patxi López, partícipe en conversaciones con ETA, etc., son algunas de las responsabilidades que desempeñó a la largo de su carrera política profesional. Para muchos de sus allegados, tanto familiares como políticos, Ares era un “imprescindible”.

Como Consejero de Interior del Gobierno Vasco desarrolló una política de tolerancia cero centrado en aquello que los más simples bautizaron en su día como el entorno de ETA. Haciendo un alarde de gran comprensión por mi parte, puedo entender su odio visceral hacia ese entorno por las durísimas experiencias vividas, pero no es menos cierto que si accedes a un cargo institucional del calibre de la Consejería de Interior, gestionar ese cargo desde una perspectiva de mala baba es un brindis al sol con ramalazos fascistoides. Dicho de otra forma, ser el responsable institucional de los cuerpos represores de una zona determinada, basando la gestión en una profunda animadversión hacia un sector concreto de la sociedad, conlleva sobrepasar más de una linea roja.

Sirva como ejemplo el caso Iñigo Cabacas que mostró al Ares más cutre que se puede recordar. Un suceso absurdo y negligente, con resultado de muerte, que evidenció un Ares cobarde, callado y escondido hasta que sobrevino el fatal desenlace; que mostró un Ares cínico, hipócrita negando que la causa del fallecimiento de Iñigo fuese el impacto de un pelotazo a corta distancia; que reveló un Ares maniobrando para la distracción negando legitimidad a la abogada de la familia de Iñigo por ser una mujer con una conocida trayectoria como dirigente de la Izquierda abertzale.

Y en un homenaje donde los sentimientos afloran no hay lugar para señalar puntos delicados.

Todo son loas y, como suele ser habitual, el homenajeado resulta ser el mejor colega que ha existido; un pedazo estandarte para quien el socialismo no era una teoría política escrita en muchos libros para sesudos politólogos, sino una experiencia de vida, una forma de ser y de vivir. Siendo así, lo mismo le canonizan en breve espacio de tiempo.

Nada que objetar a que cada cual llore y rinda respeto a sus muertos. Los sentimientos, en principio, no entienden de leyes, de resoluciones, de tratados, de burocracia, de acuerdos, de comportamientos, de aciertos, de errores. En el acto de homenaje del pasado sábado se administraron las emociones de manera que la mierda quedase enterrada por el emotivo discurso de elevar al difunto hasta los altares del olimpo socialista. Un político total, según ellos. Entonces, añadiría yo, con mucho que decir y tanto o más que callar.