05/07/2023

Free Lina: Alemania y su admitida incapacidad de reprimir la extrema derecha

Escrito por Kami casi

Escrito por "Kami casi"

 

Hace un mes aproximadamente escuché algunos gritos por la calle, y me asomé a la ventana a ver qué ocurría. Un grupo pequeño de personas, algunas encapuchadas, gritaba consignas antifascistas mientras bloqueaba la carretera moviendo contenedores y haciendo pintadas. No tardaron mucho en seguir su marcha y al poco tiempo incluso la niebla dejada por las bombas de humo ya se había difuminado. Los contenedores puestos en la carretera fueron devueltos a su sitio por personas que pasaban por la calle sin mucha dificultad, ya que tienen ruedas y son de pequeño tamaño – más o menos uno por edificio.

Aún así, cuando a los 20 minutos pasa un grupo de policías escudados en la dirección de los manifestantes, me asomo otra vez al escuchar algunos gritos que les vitoreaban: ¡Polizei! ¡Polizei! El que gritaba era un chavalín de unos 20 y pocos años – si no menos, cuantos más años cumplo, peor intuyo la edad de los demás. Googleo el nombre de mi calle y la fecha de hoy, para ver de qué iba todo eso. Consigo ver algunas pintadas que piden la libertad de Lina.

El último 31 de mayo Lina E. fue condenada a más de cinco años de cárcel por violencia contra neonazis. Lina tiene 28 años, y es una estudiante de trabajo social en Leipzig, en Alemania del este. En sus estudios, se centraba en la prevención de la captación de jóvenes por la extrema derecha. Se politizó como resultado de los controvertidos indicios de relación directa entre la extrema derecha alemana y los servicios de inteligencia estatales.

Los ataques por lo que fue condenada se produjeron en Leipzig, siendo uno de ellos contra un pub conocido por ser un local de encuentro neonazi. El juicio de Lina fue acompañado por muchos activistas, que acusaron a los agentes de la justicia estatal de simpatizar con fascistas. El juez que llevó el caso efectivamente reconoció que combatir los movimientos de extrema derecha es una razón respetable para actuar, y que ha habido evidentes deficiencias por parte del estado en condenar la extrema derecha, pero que aun así el monopolio de la violencia sigue siendo del Estado, lo que justificaba, según decía, la condena de Lina.

Este es un resumen, por supuesto deficitario, de lo sucedido con Lina. Pero la pregunta que queda de fondo va de algo que ya sabemos desde hace mucho: la premisa de los Estados de monopolizar la violencia frecuentemente sirve como justificación supuestamente ponderada para salvaguardarse de su propia inacción. La lógica es: cuando un grupo que defiende la violencia injustificada surge, solamente yo (el Estado) puedo reprimirlo. Puedo cometer varios fallos en esa reprimenda, especialmente si sale a la luz que agentes de mis propias filas están favoreciendo este ideario. Pero, si en reacción a mi inacción, otro grupo decide tratar de impedir que dichas ideologías violentas se difundan, y en ese proceso son violentos, sigo estando legitimado para reprimirlos, ya que sigo teniendo yo (el Estado) el monopolio de la violencia.

Por las vías estatales, no hay otra forma de resolverlo. Aceptar que la violencia antifascista puede ser justificada frente a la inacción del Estado sería aceptar la ineficiencia del Estado y negar, en última instancia, su mayor expresión de poder: el monopolio de la violencia. Precisamente por eso, el caso de Lina es solo uno más de los que nos sirven para recordar que la lucha contra los autoritarismos nunca estará encabezada por agentes estatales.

Pero recordemos que Lina se centraba en impedir la captación de jóvenes (como el chavalín que vitoreaba a la policía por reprimir una protesta) por la extrema derecha. Y ahí es donde entra la importancia de la en la presión en la calle, de las pintadas que piden su libertad y, sobre todo, del debate que su condena abre. Es la importancia de mantenernos atentos a la amenaza constante de los autoritarismos, que fácilmente seducen a jóvenes que no consiguen entender que los edificios pintados, el ruido en la calle o los contenedores movidos de lugar no son más importantes que las vidas humanas amenazadas por ideologías autoritarias.