Repartir el miedo

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“Reparto del trabajo” y “Reparto de la riqueza” son dos lemas, dos máximas tradicionales del Movimiento Obrero que compartimos casi todos los que formamos parte de esa clase que algunos de sus miembros dan por extinguida. Se ponen estupendos ante el “vulgo ignorante” y afirman pomposos: “las clases sociales son cosa del pasado”. Son como gacelas tontorronas, berreando que ya no hay depredadores ni presas, que la sabana es de todos y todos tenemos que arrimar el hombro para mantener el idílico equilibrio de nuestro ecosistema.

Las hienas, que son mucho más coherentes y saben de qué va esto, se ríen y preparan la mesa. Fin de la fábula.

El sistema en el que vivimos está radicalmente desequilibrado, entre ricos y pobres, entre norte y sur, entre dominadores y dominados… Y la lógica nos dice que la única solución para esto es el reparto. Repartir el trabajo y la riqueza, repartir las oportunidades, repartir entre todos lo que es de todos. Pero, seamos realistas, ¿de verdad nos creemos que los que disfrutan de los privilegios del desequilibrio van a renunciar a ellos en un ejercicio de honesta reflexión?

Pues yo, que soy un poco malpensado, sospecho que no.

Los pocos derechos que nos van quedando a la clase trabajadora –y que poco a poco nos están arrebatando- fueron conquistados a sangre y fuego, practicando la desobediencia civil, organizando huelgas salvajes, boicots, sabotajes, etc. Nadie nos ha regalado nada. Todo ha habido que arrancárselo a los explotadores con unos costes terribles: represión, cárcel, persecución y muertes, muchas muertes.

Esto me lleva a reflexionar sobre cuál debería ser la estrategia para conseguir el reparto del trabajo y la riqueza. Y creo que hay que ir por orden. Lo primero que habría que hacer es repartir el miedo.

El mayor de los desequilibrios que padecemos es el del miedo. Todo el miedo está concentrado en un sector de la sociedad, el sector de los explotados. Miedo al despido, miedo al desahucio, miedo a la pobreza, miedo a la represión, miedo a ser incluido en una lista negra… Mientras tanto, los explotadores no tienen miedo a nada. Están crecidos, porque saben que sus actos no van a tener consecuencias y eso, como es lógico, da mucha tranquilidad.

Cualquier depredador –y ellos lo son- antes de atacar a una presa valora los riesgos y si no son asumibles, desiste. La banca, la patronal y los gobiernos a sus órdenes, tienen delante un gigantesco rebaño de presas que no solo no se defienden, sino que ofrecen obedientes sus sabrosos cuellos. Sin resistencia, el festín está garantizado.

Tenemos que empezar a repartir ese miedo enorme que nos atenaza, que nos tiene paralizados. Ese miedo que es la clave del funcionamiento de este sistema perverso. Ese miedo se puede controlar si somos capaces de unirnos, generar otro miedo y lanzarlo contra esos terroristas profesionales que nos dominan.

Su peor pesadilla sería un Movimiento Obrero organizado y solidario. Un Movimiento libre y horizontal, independiente y autogestionado. Una clase trabajadora dispuesta a responder ante cualquier agresión. Y no solo eso, una sociedad decidida a tomar la iniciativa, reconquistar derechos perdidos y pelear para ganar otros nuevos. Eso les daría mucho miedo.

Que antes de actuar, se lo tengan que pensar dos veces y darse cuenta de que no les va a salir gratis. Que cada una de sus agresiones va a tener unas consecuencias. Que la respuesta les va a afectar también en lo personal, porque lo que ellos hacen tiene consecuencias personales. No están jugando con cifras, están destrozando vidas reales de personas reales.

Las hienas sólo atacan a los búfalos débiles y aislados. Ante una manada unida, dispuesta a defender a los suyos y a atacar a sus enemigos si es necesario, mantienen la distancia y evitan riesgos.

Nuestras hienas con corbata son tan depredadoras, oportunistas y carroñeras como las otras. Es su naturaleza. Nosotros, tenemos que darnos cuenta de que es hora de reunir y organizar la manada.